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Olvido



A papá se le complica realizar las actividades diarias, olvida el chocolate en el desayuno, lavarse los dientes, y debo de enseñarle como se sujetan los zapatos. No controla sus pensamientos y se echa a llorar, habla despacito como si apenas estuviera reconociendo los sonidos de cada palabra y a veces no recuerda que soy su hija, Rebecca. Este mes me ha llamado quizás con el nombre de todas las mujeres que conoce, incluso me llamo con el nombre de mamá. Y cuando respondo a su llamado, acercándome, recuerda quien soy, porque sus labios dibujan una sonrisa, que me hace abrazarlo y recordarle que todo está bien. Papá, se quedó en el pasado, me habla constantemente de su entrenamiento militar, sus medallas y de lo feliz que fue con mamá. Cuando se ensimisma, la única manera de sacarlo de ese estado es pronunciar el nombre de mamá, Gabriela. Parpadea lento, suspira, me mira, y pasa su mano por mi rostro. Quizás sea cierto eso que dicen mis abuelos, que soy idéntica a ella. Me preocupa que la medicina no logra el efecto de antes, y temo que algún día no logre recordar a mi madre, que es lo único que lo aterriza en este mundo. Enciendo la radio: Caminito que el tiempo ha borrado que juntos un día nos viste pasar, he venido por última vez, he venido a contarte mí mal. Papá busca su sombrero en el viejo perchero de la sala, se sienta en su mecedora, cierra los ojos y mueve sus dedos índices de un lado a otro, simulando el baile de aquel hermoso tango; justo en ese momento disfruto a papá, en su alegría no quiero pensar que pronto no recordara quién es. —Noticia de última hora. Se escuchó en la radio. —Interrumpimos su programación, para informarles que fue publicada la lista de las víctimas del atentado de ayer, en el batallón de la ciudad de Medellín. Nuestras condolencias a todos los familiares. A papá le rodo una lagrima por su mejilla, me acerque a abrazarlo pero me rechazo. Se cambió de zapatos, cogió su bastón y salió. Como pude agarre el bolso y me monte al taxi, junto a él. Al llegar recordé que en este mismo lugar le habían entregado a mamá una medallita, como un gran reconocimiento que la hizo muy feliz. Ese día al regresar a casa se miraba en el espejo y sonreía, me cargaba y me daba vueltas en sus brazos, pocas veces le vi los labios pintados de rojo. Era una cruz que guardo como un tesoro en la cajita junto a mis cartas. Hoy es diferente, las banderas no están izadas, no están enfilados, en el suelo hay una mujer abrazando una chaqueta que tiene las mismas insignias que la de mi mamá, pero la de mamá está colgada detrás de la puerta de la habitación de papá. Un hombre alza sus manos hacia su cabeza con el rostro lleno de lágrimas. Una cinta amarilla no deja que pasemos a ver los restos del atentado. Los parlantes anuncian que se debe guardar calma, que todo estaba bajo control. —Todos serán atendidos, hacemos una llamada al orden—se escuchó.

Papá apretaba mi mano tan fuerte que empecé a sentir dolor, su sudor, y por instantes su respiración. Leyó de nuevo la lista en la pared. Soltó mi mano, dirigiéndose a la ventanita de información. —Espérame, papá. —Entonces camina rápido. —me respondió entre los dientes. — ¿Qué estamos haciendo acá? —Tratamos de encontrar a tu madre. ¡Papá, por favor! Mi viejo sigue sin recordar que el 03 de noviembre de hace tres años, unos soldados llegaron a nuestra puerta con la bandera en la mano, a recordarnos que mamá siempre será una heroína.


Mis  Garabatos
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Tres hombres, tres seres únicos e irrepetibles. Cada uno con una personalidad arrolladora.

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Cuando teníamos solo a Pablo, creíamos que no podríamos amar igual, pero con la llegada de otros dos, entendimos que el amor sigue intacto por él.

Que Emilio y Joaquín; también tienen un lugar privilegiado en nuestros corazones, y que el amor es tan grande que se puede mil veces multiplicar, sumar, pero nunca dividir.

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