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Una vida sin sombra

María, 51 años María es una mujer que no revela su edad, de piel blanca, ojos negros, pestañas largas, cejas abundantes, mirada elevada y labios rojos. Un cuerpo atlético y una sonrisa disfrazada. Cuando tenía como 14 años quede embarazada, estaba muy pequeña para entender lo que me sucedía, pensé que estaba engordando. Fue Eduardo, mi novio, quien me dijo que íbamos a tener un bebe. A esa edad, todas mis amiguitas jugaban con muñecas. Ni sabía que era una regla una vez si me vino pero pensé que me había lastimado con algo porque era una brincona. Cuando tenía como tres meses de embarazo, Eduardo me llevó para una pieza en Medellín sin permiso de mi mamá porque le teníamos miedo. Él trabajaba vendiendo revuelto. Era muy lindo, trigueñito, con ojos verdes y un súper cuerpo. Me amaba, lo sentía. A pesar que éramos demasiado jóvenes nos amábamos y luchábamos contra lo que fuera. Ya de esos amores no se vuelven a ver. Eduardo, era muy trabajador, cada día llegaba con cosas nuevas para la casa y el bebé. Sospechaba que estaba haciendo cosas malas porque la revueltería no le daba para tanto, pero era feliz con los regalos que me llevaba. De mi mamá nunca más volví a saber nada, pues sentía miedo debido a que me pegaba por nada, tanto que cuando empecé con Eduardo no lo quería porque le parecía muy niño para mí. Tenía como 18 años en ese entonces y ella quería que yo me casara con un señor que tenía plata en Yarumal, pero no me gustaba porque era como morboso. Tenía bigote, y me acuerdo mucho que tomaba leche de la que ordeñaba mi mamá y el bigote le quedaba blanco y eso me daba mucho fastidio. Llegué al quinto mes de embarazo y lo que más me gustaba cómo me crecía mis senos, me sentía una mujer, aun con 14 años, aunque ahora me doy cuenta de que yo empecé a tener relaciones sexuales muy rápido y no disfrute mi niñez, pero bueno vendrán cosas mejores en mi vida. Los senos se me pusieron duros y comencé a experimentar cosas muy lindas con mi bebé, cuando se movía, lloraba, primero, porque me dolía y, segundo, porque es la mejor sensación del mundo. Era completamente feliz, un novio que me amaba, iba a ser mamá, tenía todo lo que anhelaba. Con el tiempo, pasó la Navidad y en enero llegó Eduarda, mi hija que ya debe saber porque la coloque así. Ese día sentí de todo, mucho dolor sobretodo, pero fue hermoso, hermosísimo… Ese día, Eduardo no estuvo conmigo, no amaneció en la casa. Llegue con la esperanza que encontrarlo y no lo vi, entonces, comencé a preocuparme. Gracias a Dios, Eduardo le había llevado leche, ropa y pañales a la bebé, pues, no supe de él durante un mes. Un día, la vecina llegó a mi pieza y, cuando vio la niña, se puso a llorar y la abrazo, pensé que me la iba a robar. Me dijo: “Mija vaya a mi casa y coge el teléfono que el Eduardo la llamó” Salí corriendo, no me importo mi bebé. Al escucharlo, me puse a llorar, y no fui capaz de hablar. Me dijo “cálmese bizcocho que se me van a acabar las moneditas, empaque lo que tenemos y se va para donde mi mamá. Ella ya sabe todo y la espera, pero la llamada se cortó”. Al regresar a la pieza, la señora estaba jugando con Eduarda y me solté a llorar. Ella, doña Socorro, descargó mi hija y me abrazó. Contó que era la mamá de Eduardo, que estaba en la cárcel por algo que hizo mal hecho y que íbamos a esperarlo juntas. Doña Socorro se manejó bien conmigo. Cuando Eduarda cumplió un año y le preparó una fiesta, con una torta que ella misma hizo, con mucha gente de su familia, a quienes les dijo que Eduardo trabaja lejos, pues llamaba de vez en cuando y nunca nos dijo en qué cárcel estaba. Todas las noches oraba por él y por mi mamá, pensaba que mi mamá estaba sola, pues fui la única hija que tuvo, bueno hasta donde me di cuenta. Sentía que necesitaba, intenté buscarla pero ya no vivía en la finca. Cuando fui a Yarumal, me sentía como un fantasma porque todo era diferente, recordé cuando jugaba con las gallinas, cuando tiraba piedras con Antonio, mi amiguito, me sentí triste porque mi mamá no sabía nada de mí. Eduarda se encariñó demasiado con la abuela y solo la quería a ella a mí ni me decía mamá. Salía a buscar trabajo porque me daba pena de doña Socorro. Ahí, conocí a Martha, mi amiga del alma, como se dice. Era la mujer más hermosa que haya conocido: alta, flaca, hermosa. Ella tenía un puesto en la plaza de Cisneros y fue mi primer trabajo. Tenía como 17 años. Me estaba cansando de esperar a Eduardo, mi hija cumplía años. Un día Martha me invitó a amanecer a su casa y, desde ese día no volví a la casa de doña Socorro. Opté por dejar a mi hija porque, conmigo, no tenía una buena vida. Además, Eduarda nunca me reconoció como la mamá. De Eduardo nunca más supe nada, no sé si volvió o se murió. De verdad, no sé nada, aunque los primeros años fue muy duro recordar las cosas tan bonitas que vivimos, pero ya no pudo hacer nada. Estaba lejos del mundo que había tenido junto a él. Fue duro comenzar una nueva vida. Estaba sola le ayudaba a Martha con el aseo de la casota gigante en la que vivía junto a muchas mujeres, todas muy elegantes. Una vez, le pregunté a Martha a qué se dedicaban y me contó que vendían el cuerpo para vivir… Me quedé toda la noche pensando en eso. Me pregunté cómo podían estar con varios hombres sin quererlos, pero, después de mucho tiempo logré entenderlo. Un día cuando estaba muy aburrida, Martha se me acercó y me dijo que no fuera a pensar nunca en vender mi cuerpo, que siguiera de sirvienta en su casa que era muy duro y envenenaba el alma. Sentí que me lo decía por experiencia, pero me dio pena preguntarle. Duré cinco años así. Había un muchacho, Guillermo, que visitaba mucho a una de las inquilinas. Margot pensábamos que era novio, pero en realidad era su hermano. Fue cuando me entusiasme con él, tanto que comenzamos a salir, pero él no me tenía confianza, Guillermo pensaba que trabajaba en lo mismo. Con Guillermo dure dos años de novios, salíamos a comer helados y a tomar cerveza, claro que yo tenía con una. Me enseñó a fumar, me decía que me veía muy sexy fumando. Con él tenía relaciones y las muchachas me enseñaban muchos trucos para no quedar en embarazo. Me decían que cuando se viniera brincara, orinara. Él nunca supo de mi hija ni de mi vida con Eduardo. No sentía que lo quisiera pero pasaba bueno, una vez no me quise acostar con él y me pego durísimo. Ese día tome la decisión de dejarlo. Para ese tiempo, Margot ya no vivía en la casa y Martha le prohibió la entrada a Guillermo pero el solo fue una vez a rogarme y nunca más volvió. Cuando Cumplí 24 años no quería seguir siendo la sirvienta de la casa y le dije a Mercedes, otra inquilina, que me llevara a trabajar con ella, Martha se dio cuenta y, con tristeza, me dijo: “cuídate que las calles son muy peligrosas”, me abrazo y me fui. Llegamos a una cantina del Centro de Medellín. Ella me presentó con la dueña y nos sentamos en una mesa a tomar cerveza. Como a las tres horas llegó un señor y saludó a Mercedes de beso en la boca. Mercedes me presentó, el señor me ofreció algo para tomar. Mercedes se paró de la mesa y me llamó para el baño. Allá me contó que teníamos que hacer que los hombres gastaran que si no quería nada lo botará disimuladamente, que así se ganaba plata y que si él quería darme besos que me dejara. Salí muy asustada. Cuando volvimos le pedí un guaro (aguardiente) doble y me lo tomé. Al rato, sin darme cuenta estaba prenda (embriagada) y el señor empezó a besarme. Pensaba que me tenía que dejar para conseguir plata. La noche terminó y el señor solo me tocó y me besó. Le pregunté a Mercedes que si así era siempre y me contestó que tenía que insinuarme para que me llevaran a la pieza que, así, ganaría más. Nunca tuve ni he tenido un sueño, nada por qué luchar, mi vida la he tomado olímpicamente, como se dice. Continúe yendo al bar y como a la semana me invitaron a la pieza, era un hombre que me recordaba mucho a Domingo, con quien mi mamá me quería casar. Desde ese día nunca más volví a sentir. Era feliz con mi plata, me di gusto en todo lo que quería, va a sonar muy raro pero empecé a quererme, porque sentía que trabajaba era para mí, me maquillaba, compraba ropa, joyas, comencé a pagarle a Martha por mi cuarto, el más grande, en fin era la envidia de muchas mujeres que trabajaban en lo mismo porque la mayoría trabaja para un hogar y yo trabajaba para mí. Comencé a tener muchos clientes, tomé la decisión de irme del bar y dejar que ellos me llamaran cuando me necesitaran Todos los días trabajaba, me decían la Puta Cache, tenía lo que todas las mujeres prostitutas deseaban, tenía fama, belleza, dinero y mucho trabajo. Fueron tres años alegres. A Martha la veía como madre que abandone. Por eso, le regalaba ropa, la invitaba a comer, a rumbear, pero ella me decía que no la quisiera así. Comencé a notar que me miraba diferente, cometí el error que muchos cometen y es que cuando crees querer o amar a una persona nunca piensas mal de ella. Me dio miedo de Martha porque los rumores eran que ella era prostituta y se cansó de los hombres y que ahora le gustaban las mujeres, tanto que era capaz de cualquier cosa por tener la que quería. Un día la invité a bailar y estando prendas, me decidí a preguntarle lo del rumor. Ella me abrazó y me dio un beso en la boca, me dejé llevar por la borrachera, creo, al punto que terminamos en su cuarto pero, cuando me desperté no me sentí mal, pues he hecho cosas peores. Lo sentí más como agradecimiento. Me levanté empaqué mis cosas y me fui. Nunca más la volví a ver. Se me vinieron los problemas, debido a que fui de la casa de Martha, no tenía dónde dormir y los clientes no me encontraron. Con lo poquito que ahorré dormí y comí unos días, pero me tocó regresar al bar. Allá me encontré de nuevo con Mercedes y lo primero que me preguntó por qué me había ido de la casa, y no contesté y luego me dijo “que si era verdad que le había roto el corazón a Martha”. Le respondí que no quería hablar de eso. Ir al bar y ver a Mercedes me hizo recordar a Martha. Todos los días pensaba en el daño que le había hecho, pero ella tampoco hizo nada por recuperarme. Esta es la hora que no sé qué hubiera pasado si me hubiese buscado. En 1990 tenía 33 años y quería darle un cambio a mi vida, seguía siendo bonita y elegante y, por eso, tomé la decisión de irme para La Veracruz, porque pensé que si los hombres me veían se antojarían más fácil, además la trasnochadera y bebedera me estaba matando. En La Veracruz trabajaba de día, nunca me dio pena pararme porque nadie me conocía y no tenía a quién rendirle cuentas de lo que hacía. A pesar de mi trabajo, era feliz, aunque me hacía falta un hogar, una casa, un esposo, hijos pero también, pues yo misma labré ese destino. Fue difícil iniciar una nueva vida en La Veracruz, porque las mujeres somos muy celosas y más en este trabajo en el que, si alguien llega a tu terreno, te quita clientes, pero tengo un ángel que nunca me desampara. Cuando conocí a Margot, me di cuenta que Guillermo se murió en un accidente. Ella me ayudó para que no me dañaran la cara cuando recién llegue a La Veracruz. Allá los clientes eran demasiado desagradables, con decir que desde que estoy allá no me ha tocado uno solo bonito, uno al menos que quiera besar. En unas circunstancias duras y por cosas de la vida me fui a vivir con Margot. Ella tenía una niña, Lucila de cinco años, que se volvió la luz de mis ojos. Nunca supo en qué trabajábamos aunque siempre nos íbamos juntas, cuando la niña salía para el colegio. Es muy raro pero había más trabajo en las horas de la mañana. Por la tarde, a la niña la cuidaba una vecina que tenía como una guardería. Le inventábamos que trabajábamos con modelos que las peinábamos, maquillábamos y le enseñábamos a caminar y Lucila llegó a creernos tanto que decía que quería ser modelo. Ahora me pongo a pensar si no será otra modelo de noche, como nosotras. Un día el papá de Lucila se la llevó de la casa y no volvimos a saber de ella. Margot se puso tan mal no quiso regresar al trabajo, no comía y, un día, se fue y nunca más volvió, no se le volvió a ver por La Veracruz. Me dijo que iba por su hija y que iniciaría una nueva vida. Los clientes de Margot la extrañaban pero los consolaba a todos, tanto que terminaron siendo míos. Cuando cumplí 40 años, los celebré con mis compañeras con una tremenda rumba, aunque a esa edad para mucha gente, ya no se debe trabajar en esto, aunque desconocen que hay hombres que van donde una simplemente para hablar, llorar o reír. Además, son clientes de tiempo atrás con los que se tiene una amistad bonita, son como novios… muchas veces te llevan detalles, flores, chocolates, peluches… Este trabajo me ha dejado muchos amigos y muchas hermanas, porque ahora vivo con muchas mujeres que trabajan en lo mismo. Nunca me he sentido culpable de lo que hice con mi hija porque donde me hubiera marchado con ella no sería lo que creo que es hoy, una mujer con buenos principios, trabajadora, con un buen esposo, con hijos. Siempre me la he imaginado así, con una vida hermosa, aunque muchas veces pienso que me odia y no la culpo porque fui una mujer que la abandonó por darle una mejor vida. Ahora que veo todas estas niñas, hijas de mis amigas, le doy gracias a Dios porque me ayudó a tomar esa decisión, pues Eduarda está mejor donde está y no le hubiera podido dar una buena vida. Si ella hubiera vivido conmigo sería una mujer como yo, sin ilusiones que toma la vida de forma olímpica, sin sueños, sin luchas y quizás trabajaría en lo mismo, porque sería su ejemplo. Y aunque no me quejo de mi vida, no me gustaría que más mujeres realizaran este trabajo. Nunca me he quejado. Yo escogí este camino. Dios no me ha desamparado y soy privilegiada, puesto que nunca me he acostado con hambre o he dormido en una acera, como les ha tocado a muchas compañeras, Dios me regaló belleza y, gracias a eso, he podido trabajar bien. Me hubiera gustado dejarle los ahorritos a mi hija, sin que se hubiera dado cuenta, pero como nunca voy a saber de ella, mejor se los dejo a las hijas de mis amigas, que bastante han sufrido viendo a sus mamás. En este momento trabajo de vez en cuando, mejor dicho cuando estoy aburrida, porque soy la que administro la casa donde vivimos. Soy muy parecida a lo que fue Martha; cuando las inquilinas salen a trabajar, les cuido las niñas, las baño, las peino y las llevo a la escuela, porque eso si tiene esta casa las niñas tienen que estudiar para que no repitan la historia de sus madres. Cuando salgo a trabajar me divierto, siempre me paro en la misma esquina, uso muchas minifaldas y me maquillo bien porque el rostro es el que vende. Por eso, cuando pienso en un titulo para mi historia se me viene a la memoria que he pasado por la vida de muchas personas sin dejar rastro en ninguna. Paso como un fantasma entre la gente: Eduardo, mi mamá, Margot, Martha, Eduarda, Guillermo…siempre los dejo y nunca me interese en preguntar por ellos, el día que muera ese día la gente que en realidad me quiere le va a dar tristeza. Ahora, en un día normal, me levanto como a las nueve de la mañana, a veces me tomo un tinto y me fumo un cigarrillo y, comienzo a arreglar la casa. Las muchachas también se levantan, hablamos un rato, mientras desayunamos, luego se levantan las cuatro niñas, las baño y las peino. Después, mientras arreglo la casa, van haciendo las tareas. Ellas son mi luz, cada una tiene algo especial que me enamora a diario. Xiomy es la más dulce. Nunca se le escucha una mala palabra y tiene el cabello más hermoso de todas. Me encanta peinarla y ponerle hebillas. Yelitza es morenita, agraciadita, pero muy cansona, me recuerda mucho mi niñez. No puede ver una animalito porque lo coge y lo trae para la casa. Alexa es la más aplicada. Desde que llega se pone hacer las tareas, dibuja y colorea muy bonito. Es la artista que llena la casa de cartas y carteleras. Es la modelo, La fashion, como le dicen las primitas. Deyanira es la oveja descarriada, la que no hace caso, a la que más mimamos porque la maltrataba la abuela. Es la charra de nuestra familia la que nos ameniza las fiestas y los domingos que estamos juntos. Cada una es hermosa en su forma de ser, lo que temo es que crezcan y nos odien por lo que hacemos y aunque las cuidamos mucho, llegará el día en que se enteren. Ojala Dios les dé tolerancia para que nos perdonen. Después de llevarlas al colegio vuelvo a la casa y me arreglo para ir al centro aunque a veces me da miedo encontrarme con Eduarda. Sé que sería capaz de reconocerla y no me gustaría encontrármela porque se desilusionaría de mí. Sé, además, que doña Socorro, como cubría su hijo me cubre a mí, porque un día ella me dijo que nunca permitiría que su nieta se sintiera mal por haber nacido en esa familia y, de cierta manera, era parte de esa familia. Trabajo un rato y regreso lo más rápido posible, al acostarme siempre rezo para que Dios cuide y proteja a las personas que me rodean e ilumine a Eduarda. Los días pasan y pasan y cada día me voy haciendo más vieja pero con paciencia espero la muerte, para volver a ser feliz..

Foto tomada de internet


Mis  Garabatos
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Tres hombres, tres seres únicos e irrepetibles. Cada uno con una personalidad arrolladora.

Cuando teníamos solo a Pablo, creíamos que no podríamos amar igual, pero con la llegada de otros dos, entendimos que el amor sigue intacto por él.

Que Emilio y Joaquín; también tienen un lugar privilegiado en nuestros corazones, y que el amor es tan grande que se puede mil veces multiplicar, sumar, pero nunca dividir.

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