Historia escuchada
- Leidy Ruiz
- 1 feb 2020
- 6 Min. de lectura
Jueves cinco y media de la mañana, bandeja de entrada: un mensaje sin leer. Ingrese al baño, abrí correo, asunto: favor. No reconocí la dirección de email.
Hola, Leidy
No nos conocemos, pero quiero hacerlo.
Te invito a tomar café y te cuento mi historia, quiero que la escribas; necesito de alguna forma olvidarlo, mi psicólogo me dijo que escribir libera, pero te he leído y quiero que la escribas. Serias de mucha ayuda.
PD: no tengas miedo, solo quiero leer mi historia escrita por ti. Me encantan tus escritos.
Responde por favor.
La verdad me quede lela mirando la junta que une las dos baldosas, no me la creía, quien fuera que me escribió hizo que me sintiera la escrit
ora más importante del universo, para nada me asusto el mensaje, más bien pensé en lo terrible, dolorosa y amarga que tenía que ser, para no querer escribirla, sentí temor la verdad en pensar que era la historia de un asesinato y que estaba huyendo, o algo así. Pero quiera ayudarla y de paso saber su historia.
Responder mensaje:
Hola,
Infinitas gracias por leerme, con tu mensaje mi ego logro subir de nivel.
¿Está bien el lunes a las nueve en el parque de Envigado? al lado del árbol de navidad.
Solo pasaron quince minutos y me contesto.
No lo puedo creer, ¿puedes hoy?

No puedo negar que si estaba nerviosa, por eso la cita en el parque. Lleve los niños a estudiar y el tiempo me dio para llegar quince minutos antes, me estaba haciendo la pendeja en el celular sentada en la banquita, y a mi lado se sentó la dueña de esta historia.
— Hola, Leidy. Gracias por venir, no te imaginas lo importante que es para mí hacer esto, nadie sabe lo que paso, nadie se lo imagina, pero me ha perturbado por tantos años que creo que ya es suficiente y debo sanar. No me importa si pones mi nombre.
Empezó a hablar, sin respirar, sin dejarme saludarla. La sentía con un taco entre el estómago y el corazón, no estaba entendiéndole nada, porque sus bellos ojos me distraían de tal manera, que no escuchaba sus palabras, movía tanto su zapato de lentejuela que su brillo me sacaba del asombroso de su belleza.
— Venga hagamos una cosa, usted me prometió un café, vamos a esa panadería, nos sentamos y ahí me cuenta.
Fueron tres cafés, una empanada, muchas servilletas y esta historia.
Cuando su padre decide marcharse de la casa la dejo desprotegida, una nena que no alcanzaba los 10 años de edad, vulnerable al rechazo, a la soledad y a las humillaciones, una madre que no supo manejar la situación no quiso ver el dolor y se aferró a unos recuerdos que la perturbaban a diario.
El primero que la tocó cree que tenía un año más que ella, llegaba sigiloso en medio de la noche hasta el pedazo de cobija que le tocaba del cambuche que todos hacían en la sala, después de las fiestas; le tapaba la boca y empezaba a manosearla, intentaba con su pene tocarla, la obligaba a tocarlo y cuando Dios escuchaba sus súplicas, él volvía en total silencio a su puesto, ni modo de gritar, de contar de salir corriendo, porque al primer llamado llena de miedo, le contestaron:
— "mentirosa, cómo se te ocurre decir eso él estaba muy lejos de donde estabas, tuvo que haber despertado a cualquiera y nadie sintió, sólo habla maricadas para llamar la atención".
Al siguiente paseo familiar volvió sigiloso, le murmullo al oído:
— "ya vez, cómo nadie te cree, es porque nadie te quiere"
Se volvió costumbre en cada encuentro familiar, era tanto el alcohol que nunca ningún adulto la ayudo.
Cuando fue de paseo a la casa de la tía su hijo la invitó con los demás a jugar escondite, le sugirió que el mejor escondite era el armario de la pieza principal, ella corrió a esconderse allí, pero él llego después era un lugar tan estrecho que pudo sentir su pene, ella intento salir pero la agarró fuerte por detrás, tapándole la boca, de nuevo sintió manos ajenas en su cuerpo, asco repudio, y le murmuró al odio
— "ni te molestes en contar… nadie te cree, no tienes papá que te defienda y tú mamá no te cree".
Cada que veía a ese primo la invitaba a jugar escondite, ella nunca más lo hizo, pero su familia la catalogaron de fastidiosa, de grosera por no compartir con los primos.
Un día en casa de la tía donde la cuidaban, mientras su mamá trabajaba todo el día, llegó el primer sujeto a la última pieza donde ella se arreglaba estrujó la puerta y se le tiro encima la manoseo, le tapó su boca; ella empieza a llorar ya sabía que seguía, no aguantaba con tanto, no podía creer que este hijo de puta no la dejara en paz, que durante seis años hiciera exactamente lo mismo y salir victorioso, ese día, le temblaron las manos de la rabia, se sentía fuerte. Y de repente se abrió la puerta de un estrujón, pensó que la iban a ayudar, que por fin se sabría la verdad; era un primo, mucho mayor que ella.
— Quítate de ahí, le dijo.
Bajándose su pantalón, se volvió a dirigir a él.
— présteme un ratico a tu mujer.
Ella quedo sorprendía, pensó que ese sería su héroe. Lo corrió de un puño, empezó a insultarla.
—usted si está muy rica, eres una perra muy linda y calladita.
No se podía esperar menos del que era el terror de la familia, el grosero, altanero, el que maltrataba a las mujeres, y se creía muy varonil por vivir peleando. Como todos le tenían tanto miedo, el primer sujeto salió corriendo en el instante. Pero ese día, ella se sentía diferente se sentía poderosa, porque esa mañana cuando mama la dejo en casa de la tía, le dio un beso en la mejilla y la cubrió con su bendición, ella no sentía eso desde que ocho años, ya estaba próxima a cumplir los 16.
Así que cuando él le llevo su mano hasta su pene, ella agarro sus pequeños testículos, salto sobre la cama y salió gritando por toda la casa pidiendo ayuda, llego hasta donde su tía, llegaron corriendo hasta el cuarto pero no había nadie, él ya había escapado por la terraza, ella le gritaba al primer sujeto que dijera la verdad, que él había estado allí, él solo bajaba la cabeza y no la ayudo.
—otra vez, con el mismo cuento, tengo que decirle a su mamá, para que le dé su merecido por mentirosa, está muy loca niñita grosera.
Termino de arreglarse para el colegio y archivo esa escena.
Pero hubo un día donde realmente sintió dolor. Diciembre en casa, borrachos por donde miraban, niños con sus juguetes nuevos. Ver la familia reunida para ella era sinónimo de dolor, de miedo, de angustia. El estar en su casa la hacía sentir un poco segura, era su espacio, antes del amanecer se acostó en su pequeña habitación que compartía con su hermana. Su madre ingresa al poco tiempo para tender una cobija en el suelo, para que su primo se acostara allí. Recuerda muy bien que conto hasta el 603, para sentir al hijo de puta en su cama, le tapa la boca, y cuando la agarro de la cintura, ella logro saltar y correr hasta el cuarto de su mamá, tenía el corazón en la mano, sus manos sudaban de la ira tan intensa que sentía, se le metió entra las sabanas, abrazo a su mamá; su mamá la aparto y dijo entre dientes:
—Eso le pasa por calentarlo, lo calentó y se vino.
Ella hizo la que no escucho, necesitaba del calor de su mamá y aunque estaba a su lado, no la sintió, siempre le quedo la duda de porque le contesto de esa manera, ¿en qué concepto la tenía? ¿Ella porque sabía que había pasado? Pero fue ese 25 de diciembre donde pudo entender que estaba sola, que el día que su papá decidió irse también se marchó su madre. Y frente a un espejo de baño, se hizo el juramento que nadie en su puta vida la volvería a tocar sin su permiso.
Mientras me contaba de su juramento, pude ver lágrimas y una sonrisa al final de la frase, que supongo que quería decir que la tarea estaba hecha, que al soltarlo con una extraña, no podía sentirse juzgada, yo tenía la mano en mi frente, la otra estaba con una servilleta llena de mocos y lágrimas, lágrimas de solidaridad, de respeto y admiración por esa mujer que tuvo la valentía de hablar después de más de 30 años, durmiendo con la puerta cerrada con llave, con un palo debajo de la cama por si alguien llegaba, tomando a diario fluoxetina para no sentirse culpable, evitando las reuniones familiares, teniendo como excusa la tristeza que le daba verlos a todos después de la muerte de su mamá, esa que lucho con mil demonios a la hora de entregarse a su esposo, esa que cada que se aparta de su hija se la encomienda a los mil santos que existen y la cubre con el santo mando de Jesús para que se haga invisible ante los ojos de los malos.
—no sé qué decirte, ojala que cuando plasme tu historia no te defraude, y quieras seguir leyéndome.
Disimulé mi pena pidiendo el último café, ella me sonrió de nuevo.
—no sientas pena por mí, estoy bien.
—no es por ti, es por tu mamá, que ya no está y no puede pedirte perdón.
—lo sé, pero yo se lo di, cuando le cerré su ataúd antes de cremarla.
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