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Lo que se debe de aguantar

  • Leidy Ruiz
  • 21 dic 2019
  • 6 Min. de lectura

Voy a contarles algo que lo deja a uno como pensando, con ganas de desistir, con ganas de pelear, de mandar a la gente a la mierda, con ganas de miles de cosas pero es ahí donde uno debe de respirar, y recordar que hay personitas que lo miran a uno con cada cosa que hace y que eres el ejemplo.


Como bien saben Pablo es arquero en una escuela de fútbol llamada Tiendas Margos, donde ha crecido inmensamente como Arquero, pero más como persona, cada que entra Pablo a defender el arco, el técnico, los papas, los compañeros y nosotros como familia, invocamos a Buda, Ala, Jesús, la virgen y a todos los santos conocidos para que no la cague, y se concentre saliendo victoriosos. Hay días en los que sale iluminado y lo logra, otros días que le parece más interesante las mariposas que pasan, el partido del lado, o la arena de la cancha; y es de entender es un niño de siete años con muchas habilidades para desarrollar y un cerebro que le dice constantemente no te quedes quieto.



Tiendas Margos ha sido una escuela impecable con la formación de Pablo, todos los profes lo conocen y siempre con una sonrisa y una caricia en la cabeza lo hacen sentir que pertenecen a la Escuela, y como mamá no tengo queja alguna. Pero esta semana vivimos un torneo tan complicado y no por los resultados de los partidos, si no por los comentarios, gritos y demás que se vivían fuera de la cancha, y no precisamente de los jugadores, es increíble, pero los papas aun no sabemos manejar la frustración de estar perdiendo, de la derrota, de la impotencia que se siente el no poder ganar. Fue un torneo de una semana, con partidos todos los días, los niños lograron pasar a la semifinal, que logro tan grande. Sin embargo, desde el primer día escuchaba comentarios de los papas, diciendo: “ponga a los buenos”, acaso hay niños malos, es que no vale la madrugada, no vale ser constante en los entrenamientos, no se vale que el niño lo de todo en la cancha, no vale que el niño no vea la hora que el profe lo mire y le diga que entre; ese día el primer día de torneo entendí, que habían niños de la categoría A, que tienen buenas habilidades para el fútbol, y cuando los vi jugar, les di la razón que niños para jugar, pero eso no significaba al menos para mí, que desprestigiaran las habilidades de la Categoría B, que es donde esta Pablo. Listo primer día, ganamos. Todos felices para la casa. Con la ilusión de ganar el torneo.


Segundo día, empate, partido duro, complicado, pero para los papas que estábamos afuera fue más duro, escuchar a otros padres de nuestro equipo continuar con sus comentarios; ponga los buenos, saquen a ese niño, ¡Dios mío!, que puede sentirse una mamá o un papá, que escucha que están diciendo que su hijo, no sirve para jugar, cuando el niño, se levanta a la madrugada a prepararse, se marra los guayos con la ilusión de hacer un gol, tiene las ilusiones puestas en un trofeo. En fin con la ilusión intacta salieron nuevamente para casa.


​Tercer día; perdieron 1 – 0, y comenzaron los comentarios, sobre la capacidad que tenía el profe en dirigir, que no sabía hacer los cambios, que como se le ocurría hacer esos cambios, que había que cuidar el marcador, que si era posible dejar niños sin jugar, la verdad a mi como mamá no me gustaría ir a ver los demás, es que cada niño que entrena, que madruga, tiene el derecho de jugar, eso es acabar con la ilusión. Entonces, apareció el comentario estrella; es que como sea hay que ganar. HP ¿Cómo sea? No sé si es que soy muy cobarde, muy conformista, pero quizás en el momento de mi vida en el que estamos como familia, es aprovechar cada instante, se ganó que rico, se perdió qué más podemos hacer, la culpa no es sola del técnico, los niños no todos los días explotan sus habilidades. Y me comienza a crecer una impotencia de no poder decirles nada, Opino, si usted sabe cómo dirigir un equipo, monte escuela, sea el mejor dirigiendo, pero no empiece a realizar comentarios que solo hace dañar el ambiente y hacer sentir mal a los demás; en especial a los niños, si lo escuchan.

El caso fue que logramos pasar a octavos, con dos partidos ganados, uno perdido y uno empatado, con siete puntos, el número para muchos de la suerte. La alegría de Pablo contagiaba, él durante todo el día solo hablaba de eso. Primer partido de octavos, ganaron, todos felices, ya se hizo costumbre volver a escuchar aquellas etiquetas de buenos y malos, tanto que Pablo lo colocaron solo el último tiempo, y durante el segundo solo hizo llorar, volteaba la mirada y me decía mami soy malo, no me colocaron, con eso afirme que los comentarios de los demás papas habían logrado el objetivo dejarles claro a los niños de la B, que eran malos, que los de la A son los buenos. ¿Qué tal?. Gracias a Dios los técnicos hablaron con él, lo calmaron y logro hacernos de nuevo casi darnos un pre infarto con sus ocurrencias.


Partido de Semifinal, los niños calmados llenos de expectativas, papas tranquilos y papas creyéndose directores técnicos, gritos van y vienen, comentarios que se hicieron panorama, sé que es muy rico salir campeones, que la felicidad es del que gana, que uno siempre trabaja para lograrlo, estoy segura que todos los niños dieron hoy lo mejor que tienen, corrieron con ganas, atajaron los balones que pudieron, defendieron con su corazón y atacaron con garras, Pablo hizo un pase pésimo, se equivocó casi le anotan, y de nuevo los gritos de los papas diciendo que colocaran lo que eran, los que sabían, como un error te puede etiquetar, si fuese por los errores que cometemos día a día, seguro que nadie sería un buen ser humano. Esta vez los comentarios me tocaron directamente, entonces la paciencia se colmó, no me dirigí a nadie en especial, pero dije; son niños sé que están dando lo mejor, si quieren dirigir monten escuelas, respeten los niños, la verdad no recuerdo bien que tanto hable, solo miraba a Pablo y rogaba a Dios que no escuchara, que esos comentarios de nuevo no le afectaran. Hubo un momento donde mire y habían unos papas ya sentados, gritando desde donde estaban, que ya estaba perdido, miraba a Pablo en la banca y le tiraba besos, y pensé por un momento que habrá sentido el niño que estaba jugando, si volteaba a ver y no veía a su papá, el mensaje era claro, como voy perdiendo no está conmigo, y me sentí mal, pero cuando el árbitro pito y el resultado fue la derrota un niño se tiro al suelo, con la ilusión destruida; pero un adulto en su sabiduría grito: Párese que no es su culpa, el técnico es el malo. Ah!!! Es el colmo, la manera de irrespeto tan grande que un partido de fútbol puede llegar a tener; estamos enseñándole a los niños a echarle la culpa al otro.


El caso es que uno vive muchas cosas en partidos de fútbol, como papas, cosas donde se vale respirar y en pensamiento acabar con todos, pero debemos entender que todo es un proceso, que son ilusiones, que nosotros como padres estamos para un acompañamiento, que ellos son esponjas que absorben y que cada cosa que uno, diga o haga son el ejemplo a seguir, si usted como padre no ha logrado superar sus frustraciones a la derrota, no permita que lo repita sus hijos. Al final cuando salieron de la cancha escuche a un niño del equipo, llamar petardo, a un compañero dijo: por culpa de ese petardo perdimos. Buscando culpables, donde todos lo somos.



Fue un torneo donde aprendí sobre las etiquetas, del bueno o malo, donde aprendí a retirarme de los papas, para evitar escuchar comentarios, donde vi como padres que sus hijos tienen mejores cualidades, creen que ya son Messi, padres frustrados que gritaban cosas incoherentes, donde vi a Pablo llorar porque creyó que era malo, donde mamas cerraban los ojos orando para que su hijo demostrara lo bueno, papas que decían que no volverían al torneo a perder tiempo, como es posible pensar que acompañar a su hijo es perder el tiempo. El caso es que me quedo con cada sonrisa que me brinda Pablo, cada que recibe una medalla, ya sea por participación, tercer puesto o por ser el mejor arquero del torneo.


 
 
 

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Mis  Garabatos
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Tres hombres, tres seres únicos e irrepetibles. Cada uno con una personalidad arrolladora.

Cuando teníamos solo a Pablo, creíamos que no podríamos amar igual, pero con la llegada de otros dos, entendimos que el amor sigue intacto por él.

Que Emilio y Joaquín; también tienen un lugar privilegiado en nuestros corazones, y que el amor es tan grande que se puede mil veces multiplicar, sumar, pero nunca dividir.

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