Confianza de Mamá
- Leidy Ruiz
- 21 nov 2019
- 7 Min. de lectura

Doris es una mujer de 46 años, con deseos de amar y ser amada… ojos verdes, nariz respingada y un cuello largo, pensó que había encontrado el amor en un hombre doce años menor que ella…
A veces es difícil afrontar lo que realmente eres, porque todos los seres humanos tenemos secretos graves, cosas que queremos ocultar… Una de esas cosas que nunca quisiera que la gente o el mundo se entere es mi profesión, aunque aquí quedará registrado no se darán cuenta cuál de todas las mujeres que nos paramos en La Veracruz, soy… Todas, relativamente, somos iguales, nos vestimos, caminamos y nos ofrecemos de la misma manera… Acepté contar mi vida porque quiero que se enteren que las mujeres que nos prostituimos sentimos, amamos y, aunque no parezca, luchamos por un ideal como todos los seres humanos. Somos de carne y hueso, no solo un objeto sexual; no somos las mujeres más sucias de una ciudad, hay mujeres peores que matan, mienten y piensan primero en ellas, pero bueno ese no es mi caso. Pueden pensar que somos porquerías, pero cada una de las mujeres que se pintan sus labios y muestran su cuerpo es por una razón muy fuerte; nunca pensamos en nosotras mismas porque, si fuera por eso no habría prostitutas en el mundo, son razones sólidas, pues la mayoría de nosotras tiene hijos, una familia que mantener, aunque sé que últimamente las mujeres que empiezan en este oficio lo hacen por dinero. Ser prostituta cada vez se vuelve más difícil, por la nueva moda de ser prepago[1]. Además, las niñas de ahora se entregan muy fáciles; es más, a la primera cita ya se acuestan. Necesitamos de los amigos para suplir una comida, un vestido, un alquiler… Los clientes están escasos, ya no hay trabajo, o al menos, para las que trabajamos en las calles y que ya estamos un poco adultas. Toda La Veracruz es un misterio, solo necesitas unos cuantos billetes para sentir un orgasmo para que el cliente sea feliz, no hace falta que nos inviten a salir, solo que sean corteses. Por eso, quizás, acuden tanto a nosotros, pues por una tarifa tienes lo que deseas. La calle es un catálogo. Acá no importa la raza, el color o el estrato[2]. Vuelvo y lo repito. Se necesitan unos cuantos billetes, acá el hombre escoge si la quiere gorda, bajita, alta, flaca, tetona, culona… Acá encuentras de todos los colores, sabores y edades. Algo muy curioso que hemos analizado entre nosotras es que la mayoría de los hombres las prefieren gordas y unos cuantos sin tetas… Demás que ya se cansaron de las bonitas, de las flacas, de las tetonas, ¡qué ironía! Por acá hay mujeres hermosas, sobre todo por la parte de La Cascada[3] porque la parte de la iglesia es de las que ya llevamos más de 20 años paradas, intentando seducir a los hombres que pasan, y, aunque seamos gorditas y un poquito arrugadas, todavía atraemos, es que la experiencia no se improvisa. Cuando un hombre ansioso pasa por tu lado es solo decirle unas cuantas palabritas que lo antojen. El truco está en el piropo que se les diga, aunque a veces pasan hombres tan desagradables que me hago de la vista gorda o si le gusto me pongo una tarifa alta y con eso los despacho y los aburro. En realidad hay hombres que son feos y, que nunca te las imaginas estando contigo, en cambio hay otros que son una maravilla, hasta gratis uno podría trabajar, pero no se puede porque esa es nuestra papita. Cuando comencé en este negocio era fácil, era muy niña. Terminé enredada en esto por ambiciosa y boba. Aunque nunca tuve una familia, vivía con una tía que era prostituta, también en La Veracruz. De mi mamá sé que la mataron en una riña entre prostitutas, pues esto ha venido de generación en generación, parece una tradición familiar. Mi prima era mayor que yo, muy bonita y ella trabajaba para unos mafiosos de la ciudad y llegaba llena de plata y compraba cosas bonitas, la casa era bonita, la envidia del barrio. Cuando me gradué (en 1982, de 21 años), porque ambas estudiábamos, me sentía vieja, no quería irme a vender en un almacén. Además, no pase a la universidad. Entonces mi prima me dijo que me animara que me podía ir bien y que por ser virgen me pagarían más. Sí, mi primera vez, fue con un narco y, de verdad, me fue muy bien. Ese día no sentí nada. Fue en una finca en La Pintada[4], y nos recogieron en un parque cerquita. No me dolió, no sangré, no lloré, en cambio, él en cambio disfrutó mucho. No me sentí mal porque había sido una decisión mía. Cuando terminó me dijo que me seguiría llamando, porque se había convertido en mi marido, me dio un beso en la frente y se marchó. El dinero se lo dieron a mi prima y ella me lo entregó todo y era mucha, mucha plata, no supe ni qué hacer, así que le di plata a mi tía y entré mi prima y yo la sacamos de putiar, como se dice, pues con lo que ganábamos podíamos mantener una guardería entera. Trabajábamos cada fin de semana, felices porque nos trataban bien y pasábamos bueno, aparte de que ganábamos plata, tomábamos, rumbeábamos y conocíamos más mujeres metidas en esto. Eso sí cada una tenía su marido como ellos nos decían, muchas veces se pasaban de tragos y nos exigían cosas asquerosas, todo por plata: una vez tuve sexo con mi prima. Así pasaron los ochenta, cada vez pagaban menos y eran más groseros. Mi prima se metió en un problema porque aceptó acostarse con un escolta y hasta ahí, nos llegó la dicha, se acabaron las rumbas, el trago y la plata. Más o menos como en el 87, como no sabíamos hacer nada más y no teníamos experiencia en nada nos tocó venir a La Veracruz. Teníamos 26 y 30 años, un poco viejas para estudiar. Si hubiéramos sido inteligentes hubiéramos estudiado mientras teníamos plata pero nada, ni siquiera ahorramos. Bueno el caso fue que nos fuimos para La Veracruz escoltadas por mi tía, porque ella era la de la plaza, la que conocían. A pesar de todo me encariñé con Ignacio, el tipo que era mi marido. Era lindo, tierno y nunca me trato mal. Lo recordaba mucho porque todo ese tiempo estuve solo con él, aunque lo extraño fue que nunca me nació decirle nada y nunca sentí nada, no nací para sentir ni para amar. Cuando comenzaron los noventas apareció un hombre bien parecido, con cara de niño, que se me acercó y me dijo “¿Vamos?” Le conteste “me dices a mí”, me dijo “si, a ti, camine”. Me fui con él, muy tímido pero decidido me dijo “pagas la pieza o también me toca a mí”, le dije “tranquilo, va por cuenta mía”. Al entrar a la pieza me dijo: mire no sé nada quiero experimentar porque estoy enamorada de una niña del colegio, pero el problema es que ella sabe mucho y yo no sé nada, enséñeme como hay que tratar una mujer. Quedé sorprendida porque fue a buscar ayuda en una mujer que nunca ha sentido cosquillas en el estómago. Tenía 18 años y estaba en décimo grado. Ese día solo hablamos porque tenía mucho susto y no se le paró, me confesó que me había buscado porque me le parecí a su mamá que se había ido de la casa y, por eso, podía sentir más confianza. Nunca lo vi como un cliente sino como el niño que necesita ayuda y así lo hice. Todos los miércoles iba por la tarde porque no alfabetizaba, nos encerrábamos en la pieza, le enseñaba cómo tocar a una mujer, cómo besarla, cómo mirarla y, un día, enseñándole a tocar el clítoris, sentí fue mi primer orgasmo. No lo podía creer: el niño a quien le estaba enseñando me dio ese placer. Nicolás nunca pudo conquistar la niña del colegio, pero en cambio me logró conquistar a mí, tanto que siguió yendo donde la señora que se le parecía a su mamá, y que lo complacía como hombre, y eso le gustó. El día de sus grados lo invité a comer. Era un hombre juicioso, que trabajaba también para ayudarle a su papá. A medida que él me visitaba más nos gustábamos, incluso amanecía en mi casa, los días que mi prima no iba. Nicolás lleva conmigo 20 años y cada semana nos vemos. A hora trabaja en la NOEL[5], nuestra relación se ha basado en el placer del sexo, no hemos involucrado sentimientos, porque eso me haría mucho daño. Además, él tiene una familia, conozco su hija, de 7 añitos, tenemos una relación muy bonita, pero que no me llena de ninguna manera. Claro es con el único que disfruto haciéndolo pero no me ofrece nada, aunque a esta edad y con este trabajo nadie me puede dar nada estable. Hubo una época de nuestra relación que llegué a enamorarme, tanto que me desesperaba si no lo veía, me daban ganas de hacerle el amor, de besarlo, tocarlo y de hacerlo venir, pero nunca lo encontré cuando sentía esas cosas, al punto que tenía que conformarme con el próximo cliente que llegara. Habían momentos en que sentía que solo vivía por él, era mi esperanza, mi orgullo para salir adelante, pero me equivoqué: siempre me vio cómo su mamá, aunque creo que soy la mamá más extraña del mundo, la que siente placer con su hijo. Mi ideal es que algún día llegue Nicolás a decirme que me vaya con él. Me enamoré del que nunca me verá como una mujer. Soy el objeto sexual de miles de hombres que pagan por que les haga sentir un orgasmo, es deprimente eso, pero es la verdad, ellos pagan para ser felices. Ninguna de las personas que me rodea es feliz, los clientes saben que pagan para tener lo que deberían tener en sus casas con sus esposas o novias, y nosotras nos gustaría entregarnos a un hombre simplemente por cariño y amor. Eso destruye el alma. Soy infeliz, pero lo peor es que tengo que aguantar hasta que mi mundo termine y que todo lo que he vivido se convierta en un simple recuerdo.
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