El luto que nunca se supo hacer
- Leidy Ruiz
- 28 mar 2019
- 8 Min. de lectura
Recuerdo mucho cuando en el barrio se murmuraba de la muerte de dos personas de la misma familia, a uno de ellos lo conocía, porque atendía en el mini mercado de la cuadra, al otro, el primo no lo recuerdo bien; lastimosamente paso rápido de ser un chisme de barrio, a una realidad. En mi memoria está el momento preciso, cuando entramos a la sala de la casa donde los velaban, escasamente cabían los dos, me mire con mi prima nene y nos dijimos con la cara “Que cagada, ¿Dos?”; cuando salimos de la velación, solo se hablaba del dolor que debía de sentir esa familia al perder dos seres al mismo tiempo. La fecha no la recuerdo bien, no sé cuánto paso, creo que fue poco, para poder entender esa familia.
El 26 de febrero de 2005, era una fecha que se espera con ansias en mi familia, porque era la celebración de cumpleaños de mi mamá, hicimos muchos preparativos, queríamos la fiesta soñada para ella, con antelación entregue las invitaciones que eran unos marranos de plastilina, no queríamos que nadie faltara, era la primera fiesta en la piscina de la casa, y en realidad la primera celebración de cumpleaños que recuerdo de mi madre, mi hermano Juan estaba ansioso, y quería llenar la piscina de bombas de colores, cosa que fue casi imposible necesitábamos de muchas; habían bombas de todos los colores, inclusive un par de bombas negras. Ese día en las horas de la tarde hubo una llamada eterna de mi tío Nicolás, en ese entonces existía Movistar y tenía minutos ilimitados, le conteste; y le describí todo lo que estábamos haciendo para mi mamá, él a cambio me contó que ese día iba a salir con mi Tío Giovanny que estaba de visita, a saludar a Jonathan su hijo, que estaba en la Marina de Tumaco. Mi teléfono, rodo por muchas orejas ese día, hablo con cada uno de los estaban presentes, mi abuela después de hablar con ellos quedo triste, nunca entendimos porque, aunque estaba un poco enferma, sus ojos quedaron vidriosos, y no estaba animada, ella se caracterizaba siempre por ser el alma de la fiesta.
Empezamos la fiesta, a reírnos porque siempre nos a caracterizado como familia las risas, las burlas y los recuerdos, mi mamá estaba feliz, muy feliz, la recuerdo disfrazada de Caperucita Roja, repartiendo los regalos con una canasta, la gente a pesar del frío en la piscina, todos estábamos felices, la abuela se acostó temprano, se tuvo que adelantar la piñata, para que ella fuera la primera en intentar abrirla, pero fue en vano nuestros esfuerzos por animarla, así que respetamos su decisión y se fue a dormir. Estaba en la piscina cuando mi primo Leo, me pregunto que si tenía minutos, porque había recibido una llamada de mi prima tefy, como llorando pero no se entendió nada; le conteste que no, él quedo preocupado y salió a buscar un minutero para comunicarse con ella, Tefy es la hija de la esposa de mi Tío Nicolás. Nosotros continuamos con la rumba.
Al momento sonó el teléfono, estaba en el borde de la piscina, creo que fue mi hermano y mi tía los que contestaron al mismo tiempo, solo sé que hubo un momento de silencio, apagaron la música, y por supuesto revire, sin saber lo que ocurría, empecé a ver caras largas, de angustia, de dolor, de miedo, grite “¿Qué pasó con la música?”, se me arrimo mi primo Alex, y me dijo “Mataron a Nicolás”; esta pequeña empezó a gritar, llorar enfurecida, a lo que primo respondió tirándome a la piscina de una patada y diciendo “Cállese boba”. Y efectivamente me calle, Salí de la piscina como ahuevada, para nadie era un secreto que era mi tío favorito, él que me celebraba cada ocurrencia, el dueño de mi mejor apodo “Papeleta”, él que se preocupaba por mí, y me llamaba al menos una vez a la semana a preguntarme por mi estudio, él que con sus brazos fuertes nos levantaba para ser grandes. Como pude busque una toalla, y entre a mi casa, mi mamá aún estaba disfrazada, riéndose no entendía que pasaba, pedía música, mi hermano Juan me abrazo fuerte y me dijo “Lagaña, dígale usted a mi mamá que no me entendió”, cuando estaba cerca de ella no recuerdo quien estaba diciéndole. Mi primo Ronal, ese día fue el que calmo a todo el mundo, a la tía gorda, se le entumeció una mano y solo decía que pasito para que mi abuela no se enterara aun, a la tía sexy se le fue la voz, en fin todos lo tomamos diferente, Ronal se me acerco y me dijo “Calmada que tenemos que ser fuertes” y en ese instante llego mi mamá a decirme “Hija se murió Guiovany”, le conteste “no mamá fue Nicolás”, a lo que Ronal dijo “Fueron los dos”, llego Juan y nos abrazamos, cuando termino nuestro abrazo, mi mamá dijo “Que pesar de esa familia, que perdió dos hermanos” mi mamá, entro en shock, ella no entendía bien que pasaba, mientras tanto mandaron a dos esposas de mis primos a que entretuvieran a la abuela, para que no escuchara lo que estaba pasando en el primer piso, pobrecitas, tener que mirar a la abuela, y sacarle una sonrisa, mientras otros arreglaban el entierro de sus hijos.

Obvio la gente quedo pasmada, como pude cambie a mi mamá, porque ella es la titular en la funeraria y tenía que iniciar el trámite para hacer llegar los cuerpos, ella continuaba en shock, y así, fue a la funeraria a organizar el entierro de sus hermanos. En casa, reunidos en comedor, se tomó la decisión que a la abuela, se le iba a decir que habían sufrido un accidente, porque estaba delicada de salud, y no queríamos a tres en la misma sala de velación. Llegó la mañana y aun estábamos reunidos hablando de ellos, recordándolos, de Guiovanny, recordamos sus locuras, sus risas, su amor por los animales, nos quedamos con la duda de saber que le decían los perros, nos quedamos con el recuerdo, del tío joven, chévere, que contaba chistes, imitaba y se lo devoraba la naturaleza, que jugaba, ese, que a las novias de los primos las intimidaba y gozaba, el que son sus mil caras nos hacía reír, el de la frase “Nadie me entiende”, él que hacía aparecer bolas de chocolate en nuestras orejas, amante de las películas, y mejor lector de créditos. Llegaron de la funeraria, mi mama se acostó, y se escuchó un llanto desde el corazón, desde lo más profundo era, ella, la que por fin había asimilado lo sucedido.
Ese día fue sábado, teníamos dos días para decirle a la abuela, ese era el tiempo que se demoraba la funeraria en traer los cuerpos por carretera desde Tumaco, porque no teníamos dinero, para traerlos en avión, y fue el tiempo justo. A mi abuela se le dijo que tuvieron un accidente en la moto, al ir a visitar a Jonathan a la Marina, que estaban grave, que no había esperanza, ella los encomendaba a Dios, nos pedía que oráramos por ellos, recuerdo que me hacía pasar por la enfermera del hospital que llamaba, para decirle a la tía mentiras, para que ella se las contara a la abuela. Mientras tanto todos preparábamos las cosas para despedir a los tíos que venían en camino, los dos en un carro donde no cabían, prácticamente uno encima del otro, y la tía Claudia firme con su esposo hasta el final, ella me contó que el camino desde Tumaco a Medellín, metía su mano por una ventana y le sobaba la cabeza a su esposo, de verdad que fuerza.
Creo que en la tercera llamada, no recuerdo bien, la noticia fue: “Mamá los muchachos están muy mal, si viven no hay muchas esperanzas de una vida digna”; ella tenía un cajonero lleno de fotos de cada uno de los miembros de la familia, los dos estaban juntos y al lado una virgen, ella con su bastón se arrimó y dijo “Virgen, a ti te los entrego que se haga la voluntad de Dios”, en ese momento los que estábamos en la habitación soltamos las lágrimas y tuvimos que salir corriendo, sonó el teléfono y efectivamente esta vez la noticia para la abuela, era la perdida de sus dos hijos. Suspiro, y nos mandó a todos a organizarnos para la velación. Pero era tan inteligente, que se dio cuenta que todo se trató de una mentira, ella no se aún como, nos dijo a todos sentados en la sala “yo sé que a ellos me los mataron”, hubo silencio.

Al lunes en la funeraria la Esperanza, algunos esperamos los cuerpos y a la tía, algunos primos los dejaron entrar a verlos, no fui capaz de hacerlo, después mientras organizaban los cuerpos, fuimos a la terminal del sur, por tefy, y fueron llegando nuestros familiares de diferentes partes de Colombia. Ahora si todo estaba listo, para afrontar lo doloroso que es encontrarse con dos ataúdes, en medio de la sala de velación, con miles de interrogantes, dudas, excusas, suposiciones. La verdad, para mí fue complicada, verlos, no quería, no era capaz, nunca me ha gustado ver a las personas en ataúdes, no tenía por qué hacerlo esta vez, pero si sentía algo extraño, cuando me arrimaba a uno y le daba la espalda al otro, sentía que tenía que estar en la mitad, para no fallarle a alguno.
Mi abuela Rosario, entro derecha fuerte, como lo fue, se arrimó, los miro, al principio no creyó que se trataran de sus hijos, les echo la bendición a cada uno, y se sentó a un lado, a recibir las condolencias, esas que no espero recibir nunca en la vida, fue un velorio diferente en mi concepto, los primos en la entrada, sentadas en círculo, recordando las historias con ellos, risas, gritos, a veces llanto, pero más que todo risas, recordaban cada historia se reían, y contagiaban a los demás, ellos estaban esperando a Jonathan quien era el que les iba a contar a todos lo que quizás paso, porque eso nadie lo sabe solo ellos, y el que lo hizo. Cuando llego recuerdo que los primos lo abrazaron y él lloraba y lloraba, cuando se calmó, pudo hablar, decir que ese día, los vio en la visita, y que salieron y luego él iba para la casa de descanso, pero cuando llego se encontró con una escena aterradora, su tío y papá estaban tirados abaleados en la sala de la casa. El odio y la sed de venganza, estuvo presente.
Era muy triste ver como dos tíos tan especiales, ya no estaban, ver a los hijos del tío Nicolás al lado, preguntando porque, la incertidumbre de la tía Claudia sin saber que le iba a contestar a la pequeña Nicol, cuando preguntara por su papá, la incertidumbre de lo que llegaría, y en ese momento que para mí es el más duro, cuando sacan los cuerpos de la sala para la iglesia, pude entender que sintió esa familia del barrio, emociones a mil, corazón roto, angustia, lágrimas caen solas, fue un último adiós, lleno de dolor, de miedo pero de recuerdos valiosos que hoy sieguen en nuestras mentes.
Es difícil entender que ya no tendríamos quien contara las historias, quien achantara a las novias nuevas de los primos, quien nos levantara en sus brazos, con quien jugar a los monstruos, a los robots o al bien y al mal, quien nos invitara a comer gorditos con arepa, ya cada uno había hecho una historia en cada miembro de la familia, ya su momento había terminado, pero para nosotros estaba empezando, han sido 14 años donde siempre los recordamos, llenos de dudas, pensando en que pasaría si estuviesen vivos, Nicolás, cantándoles a sus nietas como partir el pan, como lo hacía con Nicol, y Guiovanny gozando de esta galladita tan grande que hay de niños ahora en nuestra familia, pero lo más importante son los buenos recuerdos que nos dejaron; es un duelo que nunca lo hemos hecho, porque nunca los hemos dejado de amar.
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