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Cuando la muerte toca tu puerta

  • Leidy Ruiz
  • 26 feb 2019
  • 10 Min. de lectura

Para la familia, nunca es fácil afrontar situaciones donde la vida, está en duda; donde la esperanza se apaga lentamente, donde un ser querido solo respire dolor o sufrimiento, sin importar lo bueno o malo que haya sido, sin importar las rabias, las alegrías, las anécdotas que se compartieron, eso no importa; aquí ya no valen lo que fue o pudo ser, aquí vale amar sin condición, perdonar, pedir perdón, sentir que falta poco, pero que aún hay tiempo. Poder abrir los ojos, y poder pensar de otra manera, sentir que todos tenemos y cometemos errores, que las cuentas se pagan acá y no allá arriba, que aún hay tiempo para hacer sonreír. Que aún podemos abrázalos, besarlos y amarlos.


Este diciembre en mi familia y en especial en mi hogar, fue diferente, no hubo celebraciones, no tuve un abrazo de fin de año, no se destaparon regalos, no hubo risas hasta las tres de la mañana, no hubo asados, ni fritangas y mucho menos fiesta, pero hubo algo más importante, amor, esperanza, fe y unión. Y en realidad, ese era el regalo que necesitábamos. En particular estaba estresada, porque no teníamos para regalos, donaciones, fiestas, invitaciones y eso me daba tristeza, pensaba que mis hijos no iban a destapar el regalo prometido, que mi esposo de nuevo se quedaría sin regalo; pero que aprendizaje tan duro, difícil y fuerte, que me brindo Dios y la vida.


Un mes cargado de miedo, angustia, tristeza y sobre todo el temor a la muerte; está, estuvo rondando en mi casa, sigilosa, tenebrosa, es parca fría y asusta, no te brinda calma, ni seguridad, mucho menos tranquilidad, es algo que se posa en la cabecera de la cama y se queda allí por horas, por días, incluso meses, es un nudo en el corazón que no te deja avanzar; la incertidumbre se apodera de ti, de tus pensamientos, las lágrimas se secan, el apetito se pierde, y cada nueva noticia es menos alentadora que la anterior. A mi tío Richard, le descubrían un cáncer agresivo en el pulmón, que ya había hecho metástasis en el cerebro, una noticia desgarradora, que movió fibras en las personas que lo conocen. Richi, es el tío oveja de la familia, ese que la caga, pide perdón y continua, ese que está dispuesto a un favor, ese que pide la liga para vivir, ese el que Pablo pensó para darle el sanduche, porque quizás tenía hambre, ese que gritaba a pulmón herido “Soy un Varón”, al que borracho lo ignorábamos, pero admiramos su capacidad de ayuda, ese que mal vestido, oloroso y enamorado del trago, saludábamos sin agachar la cabeza porque a pesar de todos sus errores, condiciones y dificultades, es nuestro tío.


Crecía la angustia para diciembre, Emilio mi hijo, inicia con maluquera y fiebre. Fiebres que no mejoraban con acetaminofén, abrazos de mami o pañitos de agua, de nuevo es llamado del cubículo de traige, creo que en la clínica Las Vegas, nuestros rostros, ya son familiares, lo revisa el pediatra de turno, el cual después de exámenes y una resonancia, diagnostica una sinusitis, debido a las fiebres altas y a la inflamación que presentaba en el interior de su nariz, podía ser tratado con hospitalización en casa. Un poco más tranquila, regresamos a casa y cada seis horas le aplicaban el antibiótico; pero las condiciones de Emilio, seguían iguales, incluso había aumentado su temperatura a 40 y 41 grados. Algo no andaba bien y mi corazón lo sentía.


“Salud en casa, buenas tardes” contestan. “buenas tardes, mira lo que pasa es que mi hijo, lleva hospitalizado tres días en casa y hoy ha presentado altas fiebres y lo veo muy diferente, parece como si se le fuera el mundo, pero no se desmaya”, “Ok, ¿Con quién hablo?”. “Soy la mamá, Leidy Ruiz”, “Espérame un momento en la línea, ya te comunico con el pediatra de turno”. “ok”… pasaron 10 minutos contados, “Hola, ¿La mama del niños Emilio Restrepo?”, “Si señora”. “Mamá te explico que los antibióticos, empiezan a realizar su tarea tres días después de la primera aplicación” “Doctora, pero yo lo veo mal” “No te preocupes mamá”. Colgué el teléfono si ni siquiera despedirme. Fui por mis suegros, porque se iban a quedar con nosotros, porque al día siguiente había una salida familiar, porque en Diciembre, sobran las invitaciones, aunque pienso que deberían ser todo año, sin importar las fechas, solo con la firme convicción que somos una familia y que hay que celebrar la vida.


Cinco dela tarde, llega la enfermera a aplicarle el medicamento, le explico a ella, lo que siento y me dice que ella, cree conveniente un traslado, vuelvo y llamo, a lo cual obtuve la misma respuesta, sin embargo esta vez, no tire el teléfono, exigí que me realizaran un traslado a un hospital, Emilio tenía una fiebre de 40. 5, y sus ojitos permanecían cerrados. La respuesta fue “enviaremos una ambulancia para el traslado”.

Sentía que no tenía tiempo para esperar más, llevaba d horas esperando la ambulancia, así que sin autorización médica, y con la ayuda de mi cuñado Pocho y Cire, pude llegar a tiempo a la clínica antes que Emilio, convulsionara. “Mamá, en este momento no hay pediatra, pero vamos a estabilizarlo, quitarle la fiebre y mañana hablamos en el pediatra” me dice la doctora Luisa María, a quien debo agradecerle por estar tan pendiente, junto a su madre con todo lo que se venía en camino.


Después de una larga noche, nos visita la pediatra Sandra, si no me falla la memoria; me explica los hallazgos en los exámenes y me habla de una sospecha de Síndrome de Kawasaki, para ese momento en todos los buscadores de los celulares de mis allegados, estaba esa palabra síndrome de Kawasaki, es una enfermedad auto inmune, que hace que se inflamen las paredes de los vasos sanguíneos del cuerpo y afecta el corazón. La doctora, me explica que Emilio no presentaba todos los síntomas; sin embargo requería un muy buen hospital, así que nos mandaron para el San Vicente de Paul; donde pasamos una noche larga, dura, penosa, dolorosa e incierta. Recuerdo que el doctor de ese día, le faltaba humildad, pasión o quizás tuvo un mal día, no habían habitaciones, estábamos en una camilla en urgencias, al lado de un niño de aproximadamente 12 años, hermoso, que estaba luchando con una enfermedad que le afectaba los huesos, en sus ojos, se veía el dolor que sentía, pero no se borra esa hermosa sonrisa, que no lo abandonaba; y a mi izquierda había otro quizás un poco mayor, que intento quitarse la vida, era un contraste difícil de entender. Emilio, se quejaba, no comía y pedía ayuda en ese doctor, a lo cual me decía dele acetaminofén, y tragándome mi mierda, mis insultos y mis lágrimas, en la madrugada logre salir de allí, para una habitación, sin saber el destino de esos pequeños.


Llevábamos tres días en San Vicente, sin un diagnóstico, con visitas de hematólogos, infectologos, pediatras, Reumatólogos, oncólogos y aún no había una explicación. Se dieron a la tarea de tratarlo como el síndrome del cual sospechaban, iniciaron un tratamiento con defensas inmunoglobulinas y aspirinas. Lograron aplicarle todas las dosis, pero no hubo mejoría; el hematólogo, ordeno transfusión de sangre, plaquetas y plasma. La cosa se complicaba, Emilio, ahora era un niño que no despertaba, no comía, no sonreía, estaba gordo, cachetón, pero no era él, subió un kilo y medio en líquidos, y solo hacía referencia a un dolor en el hombro. Miles de exámenes, exámenes que no sabía que existían, exámenes nucleares, exámenes que requerían anestesia general, sin ningún resultado, la incertidumbre se apoderaba, pero teníamos que estar de pie, vencedores como siempre, aunque el corazón se partiera en mil, el alma no dejaba de llorar y la esperanza a veces se apagaba, nadie nos daba una explicación, nadie nos daba esperanzas, nadie podía sentir esa angustia y ese sentimiento de muerte que rondaba por la habitación.


Por cuestiones de egos y orgullos, mi hijo empeoraba, porque desde el inicio, un estudiante se refirió al dolor de hombro como un dolor irradiado, pero para ese momento, su comentario no fue escuchado, pero había tanta gente orando por Emilio, que el 20 de diciembre, la nueva pediatra lo escucho, le hizo caso, le autorizo una ecografía de hígado y ¡bingo!... Durante la ecografía pudieron ver una mancha muy grande negra en su hígado, lo que nos explicaron fue; que el hígado, la vesícula y el vaso estaban muy grandes, estaban del tamaño de un adulto, pero que en su hígado había una lesión, grande más grande que el hígado, pero que no se sabía que era, muy posiblemente era una masa, pero que había que hacer un examen más especializado. Solo escuche la palabra masa, ese explicaba las visitas de los oncólogos, pero empecé a tranquilizarme, al menos había un diagnóstico y una posible cura.


Anestesia general para realizar el examen y tener un diagnostico alentador, absceso en el hígado Un absceso bastante peligroso, que lo aproximaba a la muerte. Fue ordenado para cirugía al día siguiente; la cirugía consistía en drenarle el hígado y dejarle una manguerita, para que continuara sacando el líquido. Oraciones listas, velas encendidas, y fuerzas intactas. Cuando estábamos ingresando al quirófano, llego el hematólogo, a decirnos que no se podía realizar la cirugía, era peligroso, porque había consumido aspirina, por aquello del síndrome de Kawasaki. De nuevo a la habitación, con el corazón aplastado, miles de preguntas, reproches, rabias, dolor. Todos me decían que gracias a Dios el hematólogo, había llegado, si no haber sido así, se hubiera podido desangrar. Pero no lo entendía, solo quería ver a mi hijo aliviado. Visita de la infectologa, “Papas, es mejor correr el riesgo de nos hacerle la cirugía, niño está muy mal, es más peligroso dejar la cirugía para después” nos explica, que ya tenían un plan con el hematólogo, era hacerle transfusiones de nuevo mientras la cirugía, era mucho más peligroso esperar los ocho días. Además nos explica que el niño después de la cirugía ingresaba a UCI; solo pensé de nuevo NO, pero en el fondo sabía que era lo mejor, la cirugía no demoro mucho, un éxito, lograron sacar mucha materia, pero aún faltaba. Pero quizás lo más devastador, fue como de nuevo me lo quitaban de mis brazos, para llevárselo a una habitación fría, conectado de miles de aparatos y que debía quedarse solo, después de todo lo que había pasado.


A unas pocas cuadras, en la León XIII, mi tío también se recuperaba de la cirugía de cerebro, y de pulmón. Mi familia, mientras pudo hacerle visita a Emilio, iban y luego caminaban hasta donde Richard, solo oraciones, angustia y temor en mi familia. Sin embargo, inicio una recuperación alentadora; pero Emilio iniciaba su hospedaje en UCI. Allí solo permitían a mamá o papá, de 8 am a 8 pm, es muy poco para ver a tu hijo, pero siempre en las mejores manos, enfermeras, doctores, vigilantes, niñas del aseo, que dejaban de celebrar en sus hogares fechas tan importantes como el 24 y 31 de diciembre, para cumplir una labor tan bella, de salvar vidas.


El 28 de diciembre, me explica el pediatra, que requería urgente nueva cirugía, debido a que el pulmón, estaba también comprometido, ahora dependía de un oxígeno y de un Dios poderoso que todo lo puede. Personas convertidas en ángeles, una suegra que se encargó de mi casa y mis hijos, una familia que fue un batallón orando, amigos y vecinos que se convirtieron en familia, y mensajes de muchas personas que ni conozco, que hoy agradezco porque ayudaron en la recuperación de Emilio. Después de la cirugía de pulmón, Poco a poco se fue recuperando, tomando fuerzas, la fiebre había desaparecido, pero no habían respuestas, de que pudo haberle pasado, solo fueron supuestos; no teníamos explicación para darle a la gente cuando preguntaba qué había pasado, los exámenes no arrojaban ninguna bacteria, quizás el antibiótico que le suministraron al inicio, la mato, pero dejo el daño, no sabemos si fue algo viral, ambiental o comió algo. Solo sabíamos que ya todo estaba pasando, que pronto, estaríamos los cinco juntos, en nuestra casa.


En total fueron 47 días de hospitalización, alrededor de 30 chuzones, más de 10 exámenes, tres transfusiones de sangre, de plaquetas y cuatro de plasma, nombres de medicina que ni sabía cómo se pronunciaba. Cuando me lo entregaron, no podía caminar, había pasado mucho tiempo acostado y el antibiótico era tan fuerte, que le reducía sus fuerzas, pero eso era mínimo, para lo que Aprendí. Pude ver que estando en un muy mal momento, habían familias peores, viviendo situaciones más difíciles, nosotros teníamos la esperanza de un largo tiempo de incertidumbre de un alivio, de una cura, de un diagnóstico; no como esa madre, que llego a urgencias con sus bebe muerta, para ella no hubo un final feliz, esa navidad. Muchas veces entendemos que los diciembres son regalos, cenas, paseos, mostrarnos, reír, festejar, en una doble moral de unión familiar, de abrazos fingidos, de besos de judas, una valentía para mostrar el mejor traído, el mejor aguinaldo, presumir de los lujos, quizás, era un aprendizaje duro de aprender, pero logramos entender que se necesita de una familia, para ser feliz, no más, un amor sincero, un respeto y un apoyo incondicional, como fue mi esposo, a quien a diario admiro y respeto más.

Después de poder estar en casa disfrutando, recibimos visitas, llamadas, alegrías, pero hubo una en especial que marcó la diferencia, fue la del tío Richard, poder ver juntos a los dos seres, que por poco y pierden la vida, es una bendición, son alegrías que uno no logra describir, pero que siente que el corazón se hincha de emoción y que va a explotar. Él estaba feliz, en mi casa, canto, bailo en un silla de ruedas, reía y disfrutaba ver a mis hijos y sobrinos jugando de un lado al otro, me dijo que cogiera los pajaritos, sabemos que fue feliz en mi casa.


La primera vez que Emilio y mi tío, se vieron fue una mirada intensa muy intensa, Richard salió primero del hospital, y todos los días preguntaba por Emilio, hacía que me llamaran, para él estar tranquilo, decía que Emilio, era un guerrero un verraco, sin saber que él también lo es… Pero ese día que estuvo en mi casa y que su memoria borro, me dijo “Ese Emilio, es un guerrero, cuando estábamos allá arriba, yo le dije al que recibe, que yo me quedaba, pero que lo dejara ir, que él era un niño y que lo necesitaba en la familia”… la verdad no fui capaz de escuchar más, y le dije “Tan Güevon, pero lo tumbaron porque acá están los dos” y me dijo “Si, pero el mejora y yo empeoro”. Huí del lugar… En este momento mi tío tiene tratamiento de Radioterapia y quizás unas quimioterapias, que le prolonguen la vida. Emilio está recuperado, le redujeron el tamaño del absceso, y ya puede caminar. Aún hay una lucha, aún hay tiempo, aún podemos abrazarlos.



No he sido capaz de hablar de nuevo del tema con él, quizás cobardía, porque es un acto de amor tan bonito hacia mi hijo, que no tengo como agradecerlo. Quizás la vida sea tan rápida que no nos detenemos a amar las cosas simples, queriendo siempre más, queriendo lo del otro, desaprovechando las oportunidades de besar, amar, reír con los que realmente importan, siempre esperamos recibir, pero no nos detenemos a brindar, a dar, y este acto de amor tan puro, tan honesto, tan desinteresado, creo que merece todo el respeto y admiración posible, solo un acto de amor verdadero, como dicen en las películas de Disney, pueden salvarte de la muerte, espero que esta vez, sea como en las películas, por dar tu vida por alguien más, salve también la tuya.


 
 
 

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Mis  Garabatos
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Tres hombres, tres seres únicos e irrepetibles. Cada uno con una personalidad arrolladora.

Cuando teníamos solo a Pablo, creíamos que no podríamos amar igual, pero con la llegada de otros dos, entendimos que el amor sigue intacto por él.

Que Emilio y Joaquín; también tienen un lugar privilegiado en nuestros corazones, y que el amor es tan grande que se puede mil veces multiplicar, sumar, pero nunca dividir.

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