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Un encuentro con ella

  • Leidy Ruiz
  • 5 dic 2018
  • 5 Min. de lectura


Hace muchos años no la veía, sabía que estaba viva, pero hacía mucho tiempo no hablaba con ella, con mi mejor amiga, era increíble como aplazamos conversaciones, tan útiles, divertidas, cargadas de tanta sinceridad y emociones, que ya me hacían falta.

Cuando la vi quede como pasmada, la mire, ella me miro, y ya con la mirada creo que nos dijimos de todo, no hubo reproches de la ausencia.


Con los ojos llenos de lágrimas, la mire a los ojos y le pregunte ¿Cómo estás? A lo que me contesto: no te imaginas todo lo que he pasado, te necesitaba. Recuerdo que no le quitaba la mirada, y en sus ojos había tristeza, desilusión, amargura. Me sentí mal, porque la recordaba alegre, sincera, contestona, un poco tímida, aunque conociéndola bien puedo decir que supero muchas cosas en silencio, demostrando que nada le podía hacer daño, haciéndose la valiente, cargando pesos de otros; pero siempre con una actitud frente a la vida, que me gustaba.



Quede asustada, ver en sus ojos tanta tristeza… le dije, acá estoy para escucharte, empieza tengo tiempo para ti, y te pido perdón por no haberlo tenido antes, y haberte dejado en el olvido. Inicio contándome que no sabía lo que sentía, que era una mezcla extraña de emociones amargas, duras y complejas, que se había casado con un buen hombre, que tuvo hijos, como lo soñaba pequeña, que tenía una buena familia, un hogar, que amaba pasar tiempo en familia, que luchaba día a día por el bienestar y la felicidad de su familia, pero que a veces se sentía vacía, inútil y sola. Al decirme eso, quede sorprendida porque también lo he sentido. Me hablo de sus oraciones para superarlo, que era inexplicable; pero la entendía totalmente porque en algún momento también me sentía así, y creo que debe ser normal, a veces la vida te presenta esos momentos, para dar un giro y entender, que es necesario estar triste, para cambiar, para agradecer, para mirar más los ojos de los hijos, del esposo, de la madre, de tu familia, para recordar lo afortunado que eres al tenerlos.

De un momento a otro, empezó a llorar desconsolada, solo la observaba, me dijo que se sentía culpable de haber perdido ese bonito cuerpo que tenía, que se había olvidado de ella, para satisfacer a los demás, que no era capaz de mirarse al espejo desnuda, porque sentía pena, era una culpa tan grande; a lo que le recordé, que tenía hijos, que gracias a ese cuerpo ellos tienen vida, son perfectos para ella, no puede estar buena, como hace algunos años, pero está viva, que hay que dejar la pereza e intentar hacer algo, todo se puede remediar en la vida, menos la muerte. Me sentía tan valiente hablándole de eso, sabiendo que miles de veces deseo otro cuerpo, porque para dar consejos estamos de primera sin vernos; pero tenía que sacarla de esa tristeza que reflejaba.


Me hablo de como se había olvidado ella, de sus amigas aunque ya quedaban pocas, que no se maquillaba, no se arreglaba, que hace mucho tiempo no sentía bonita, que se olvidó de ella, por sus hijos, su esposo, la casa, trataba de darme miles de excusas, y decía que el tiempo no le alcanzaba, que intentaba pero no le daba y que cuando quería hacer algo era tarde; miles de excusas, escuche. Le dije; recuerdas cuando éramos peladitas y queríamos algo, y lo hacíamos como fuera, de madrugada, de noche, cansadas de estudiar, no teníamos excusas, solo era voluntad, eso es lo que nos falta voluntad para cambiar las cosas. Intentándolo un poco, recuerda como conquistabas cada cosa que querías, las ganas que le metías y listo, solo recuerda que eres capaz y ya está.


Me trato de explicar, que no sabía porque sentía tristeza, si lo tenía todo para ser feliz. A lo que intente explicarle, que es normal que es emoción que también es bonita, que se aprende más de esa, que de la misma alegría; ella no entendía porque muchas veces a querido salir corriendo, dejar todo tirado, buscar opciones, huir, desaparecer. Le dije que quizás, el cansancio y la monotonía nos hace sentir eso, que es normal, cuando se tiene una carga tan fuerte con la sociedad, de ser capaz de ser buena madre, esposa, ama de casa, trabajadora, emprendedora, estar buena, ser admirada, eso es una carga muy pesada, porque sin darnos cuenta somos competitivas, egoístas y envidiosas, y lo vamos acumulando sin saber lo verracas que somos, deseando cosas de los demás, sin aprovechar lo que tenemos; y las mujeres que parecen tener una vida perfecta en redes, también sufren, llorar, ríen y se ponen triste, como nosotras. Le dije, si ellas son capaces, nosotras también.

Después de un largo silencio, de mirarla a los ojos, un entendí, que lo que ella necesitaba era abrazos, besos, sentirse valorada, darse cuenta que es una verraca, orgullo por ser ella. Nosotras no necesitamos etiquetas, necesitamos amor propio, cuando entendí esto, pude abrazarla, amarla, recordarle que siempre estuve ahí, pero siempre me ignoro, le recordé el montón de sueños que teníamos cuando éramos pequeñas y que ya los había cumplido, le recordé las horas que pasaba orándole a Dios, para que sucedieran cosas hermosas, y que hoy tiene una linda familia, que aún tenía un buen corazón, y que porque solo una persona le dijo que era “mala persona”, no se lo creyera, le recordé del escudo que invento pequeña para librarse de miles de comentarios, problemas y que lo volviera a utilizar, que pusiera en práctica, todo lo que hablaba, que tuviera un poquito más de valor y voluntad, para hacer las cosas. Que era obvio que habíamos cambiado, pero para bien, que menos mal habíamos disfrutado de ese cuerpo maravilloso, de los kilos y años de menos, que recordara que nuestro peor enemigo es el miedo, que aprovechara más el presente, que dejara tanta maricada, que abrazara más a sus hijos, que estaban creciendo rápido, y por el afán del día, a veces se olvidaba de los besos que necesitaba dar y recibir de sus hijos, su madre y su esposo, que viviera pensando en que cualquier momento se podía morir, y así con ese miedo pudiera disfrutar más de esa vida que muchos quisieran tener. También le dije que se arriesgara más, que si quería cantar a pulmón lo hiciera, que recordara cuando todos se contagiaban de su alegría.


Hubo un silencio, nos calmamos porque lloramos mucho, una conversación de reproches, rabias, miedos e inseguridades, pero era necesario hablar con ella, porque también necesitaba darme cuenta que aún existía, que la necesito, es la única con la que en realidad soy, tal cual, vulgar, contestona, insegura, malgeniada, gritona en fin, de la única que me entiende totalmente, de la única que sabe, siente y ríe como yo, cuando logre reconocerla y me di cuenta que solo estaba por allá guardada, que fue culpa mía el abandono, que necesitaba de la tristeza para reencontrarla, logre entender que la del espejo era yo. Estaba hablando conmigo misma. Gracias a esa tristeza que sentí por unos días, pude encontrarme, recordar el valor que tengo y estar orgullosa de todo lo que he logrado, que deje salir más a menudo la niña, que debo relajarme y ser feliz. Creo que la vida se trata de disfrutar más y pensar menos.



Cuando Salí del baño, porque me reconocí, ahí estaban ellos mis tres garabatos esperando para darme un abrazo, y ahí si llore de felicidad, porque entendí que lo estoy haciendo bien, que a veces la tristeza es tu amiga, para darte cuenta de lo afortunado que eres.


 
 
 

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Mis  Garabatos
IMG_20210108_165858_1.jpg

Tres hombres, tres seres únicos e irrepetibles. Cada uno con una personalidad arrolladora.

Cuando teníamos solo a Pablo, creíamos que no podríamos amar igual, pero con la llegada de otros dos, entendimos que el amor sigue intacto por él.

Que Emilio y Joaquín; también tienen un lugar privilegiado en nuestros corazones, y que el amor es tan grande que se puede mil veces multiplicar, sumar, pero nunca dividir.

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