Un gran encuentro
- Leidy Ruiz
- 19 oct 2018
- 2 Min. de lectura
Todo estaba listo para ese día, a ella le brillaban los ojos, fue a la peluquería a ponerse bella, se arregló las uñas, porque era lo que a él más le gustaba, hacía mucho tiempo no se sentía tan emocionada, su corazón palpitaba más de lo normal, podía verse sus manos temblaban, todo estaba listo, los papeles, su vestuario, y ella radiante para él.
Hacía varios meses no se veían, cruzaban llamadas pero nada reemplazaba el poder mirarse a los ojos y recordasen cuanto se amaban. Un amor de 40 años, que durante algunos momentos, vivieron separados, pero este sin dudarlo era la distancia más agonizante, dolorosa y frustrante, para ambos, pero el amor y la fé, sobrepasa límites.

Fue alrededor de una semana de ansiedad, sus ojos brillaban cada que recordaba que faltaba poco para verlo, para besarlo y abrazarlo. Preparo todo minuciosamente, para que nada fuera a fallar, viajo con dos días de anticipación para tener todo perfecto, y cuando por fin llego ese día, lo primero que hizo fue darle gracias a Dios, por permitir verlo y abrazarlo.
Desde lejos lo puedo ver, era un hombre diferente, pero su corazón lo reconoció, corrieron como en las películas, él la cargo y dio vueltas por el salón, la gente alrededor, los miraban y algunos limpiaron sus lágrimas, otros sonreían y sentían felicidad por ellos. Después de un largo abrazo, de esos que ella soñaba, hablaron, rieron, se abrazaron cantidad de veces, él no cambiaba esa sonrisa, ella seguía temblando y le sobaba su cara, para nunca más olvidarla, se rieron a carcajadas, se contaron secretos, y el amor estuvo todo el tiempo ahí con ellos, solo eran ellos dos.
Sin embargo, alrededor de las 11 de la mañana; suena una voz “Por favor las visitas pueden ir saliendo”, era él dragoneante que avisaba que el tiempo de visita terminaba, ambos no querían despedirse, sin embargo lo lograron en una gran abrazo; y ella dijo “hijo, Dios te bendiga y te proteja, sé que pronto estaremos juntos”, hubo lágrimas, pero el corazón quedo hinchado de amor. “Hasta pronto, Madre querida”, exclamo él.
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