“Mamá, él bebe puede morir”
- Leidy Ruiz
- 30 ago 2017
- 7 Min. de lectura

“Creo que Emilio, tiene fiebre… lo siento tan raro” dije, cuando apenas tenía 20 días de nacido. “tómele la temperatura”, dice mi prima Nene… “37.5” conteste, “Eso no es fiebre, pero lo siento tan diferente, voy a pregúntale a Rubby, ella debe saber”. Rubby, es como mi hermana mayor, que es Química Farmacéutica, y por conocer de salud, siempre acudo a ella. “Le pregunte a un pediatra amigo y me dice, que por ser prematuros, canguros, es mejor consultar”. Contesto.
“Mamá, cuénteme que le paso” me dice el doctor. Le explique, pero esta vez dije mentiras “Emilio, ha presentado fiebre de 38.5 y lo noto algo raro… Me da susto porque es prematuro y gemelo”. “OK mamá siéntate y ya te vamos a llamar… ¿le has dado algo?”. Dice el Doc. “NO” Conteste.
Emilio abría menos los ojos, ya no quería comer y solo suspiraba; pasaron como diez minutos, lo atendió un médico, lo reviso me dijo “Mamá no te preocupes, él bebe está bien, es solo que es demasiado pequeño, si le sube fiebre de más de 39 vuélvelo a traer”. Lo mire con cara de odio, Salí, abrace a Emilio y me puse a llorar como niña chiquita, mi mamá me abrazaba y me decía: “Tranquila, mire que el doctor le dijo que estaba bien”… “No ma, a Emilio le pasa algo, yo lo siento” le conteste. Algo en el pecho me decía que Emilio, estaba mal, que necesitaba atención. De repente una doctora, se me arrimo y me dice: “¿Mamá que le pasa?”. “el niño está enfermo y ya me despacharon para la casa porque según ellos no tiene nada”. Le dije entre llanto. Le conté lo que tenía, me hizo pasar de nuevo al consultorio, le ordeno exámenes; ella me preguntaba miles de cosas; lo reviso, lo abrazo, le dio amor. “Mamá, y el otro ¿dónde está?”. “Está afuera con mi prima y mi mamá”. “Tráelo, para que lo alimentes, porque te tienes que quedar hasta que llegue el resultado del examen de sangre”.
Nos acomodaron en la habitación de yesos; mis garabatos compartían una camilla; estábamos aislados porque era mejor para los bebes, pues es de entender que en urgencias solo hay virus y bacterias. Entra la doctora, dice que le ha ordenado un antibiótico, porque su temperatura, había aumentado y el examen había arrojado que tenía una batería en la sangre y que era muy agresiva. Ella había ordenado la hospitalización de Emilio, pero por cuestiones de seguro, duramos tres días en una camilla en urgencias. El cansancio y agotamiento de dormir en el suelo, de no comer, del estrés se apoderaban de nosotros (mi esposo y yo).
Mil veces en silencio me pregunte como pudo pasarle algo así a Emilio, si cuando nació aunque fue el más pequeño, 2.160 gramos; fue el más fuerte. A Joaquín con 500 gramos más, necesito oxigeno porque no supo respirar por sí solo, y estuvo en incubadora durante algunas horas.
Durante los tres días, Joaquín estuvo con nosotros, acompañando a su hermano. Nos dieron respuesta y nos remitieron para las Américas. Después de un paseo por Medellín en ambulancia, evitando un poco los trancones de feria de flores, llegamos y fue ahí; cuando después de hablar con el médico se desgarro mi corazón.
Una enfermera me quito prácticamente a Emilio, de mis brazos, lo ingreso a la UCI de neonatos, me dijo: “Mamá espera, a que salga el doctor”. “Buenas noches, soy el pediatra encargado, ¿Por qué se demoraron tanto en traer él bebe?”. Mi esposo contesto “Como así doctor, nosotros estábamos esperando que hubiera habitación”. “Acá hay espacio desde el viernes”.
Le dije “Doctor me puedo quedar también con Joaquín, su gemelo”. Recuerdo que me miro, sonrió y me dijo “Ni usted, ni el hermano ni nadie, él bebe se queda solo, acá lo vamos a cuidar bien” y paso a explicarnos; que teníamos horarios de visitas, que nadie podría ir a verlo excepto papas; que lo conectarían a aparatos que le suministrarían antibióticos, y otro que constantemente revisaría su ritmo cardiaco y la oxigenación del cerebro. Me senté en la sala de espera, abrace a Joaquín y volví a llorar, mi prima Carolina, me sobaba la espalda y era como más energía para llorar. Nos dejaron ingresar a David y a mí, a esa habitación, que tenía muchas incubadoras, recuerdo que la luz era azul, y ahí en la incubadora siete, estaba Emi, dormido, conectado, sin fuerzas y yo sin poder cogerlo, abrazarlo, ni besarlo. “Debes traer mañana pañales, pañitos y crema, mañana lo puedes volver a ver a partir de las nueve de la mañana” Dijo la enfermera.
Recuerdo que de ida para la casa, ninguno hablo. Solo se sentía la moquiadera de todos; al llegar a casa fue duro, mi familia me recibió y nadie preguntaba nada, porque ya sabían que había pasado, me recibieron a Joaco, me dijeron: “Recuéstate que debes descansar, lo que viene es duro” La verdad no recuerdo quien lo dijo. Esa noche abrace a Joaquín, más que las noches anteriores, dormí, descansé y ore mucho, por la salud de mis hijos.

Al día siguiente llegue a la clínica, aprendimos como se deben lavar las manos, ingresamos y al verlo, vi un cuerpecito sin fuerzas, unos ojitos cerrados, unas ojeras muy oscuras, unas manitos chuzadas. Todas las mamas me miraban sonreían y me decían: “ánimo mamá, es muy duro, pero valdrá la pena”. Empecé a alimentarlo y a contarle, que le habían mandado saludes y que lo estaban esperando en casa, que si se demoraba mucho Joaquín se tomaría toda su lechita en la noche. Le di los abrazos y besos que le mandaron, además le hable que su hermano Joaquín se había quedado en casa con las tías y primas, y que él estaba allí porque tenía una bacteria y que lo debían de aliviar.
Eran las doce en punto, y las enfermeras nos piden el favor de salir, y que podíamos entrar de nuevo a las dos de la tarde; quede desubicada, pero la capilla de la clínica me abrió sus puertas; allí pasaba el resto del día, orando por Emilio.
Pasaron los días, y todo era igual en el hospital, ojitos cerrados, chuzones, oraciones, y en casa Joaquín me esperaba con esa sonrisa que siempre lo ha identificado, Pablo, cada día preguntaba por su hermanito, quería abrazarlo, cargarlo y amarlo.
“¿Cómo vamos?” Bien doctor dije. “Emilio salió positivo para Estreptococo, pero aún no sabemos cuál de tantos es; lo que sí, sabemos es que es muy agresivo, y el medicamento que le estamos aplicando no le sirve, debemos de iniciar uno más fuerte”. Suspire. “Doc, y ¿cómo pudo pasar?” pregunte. “Alguien que lo cargo lo tiene, uno no sabe que lo tiene, si no con pruebas, pero como ellos son tan chiquis y tan frágiles…”. Pensé… Cómo pudo pasar. “Tenemos unas sospechas de Meningitis, el niño no reacciona a nada, tenemos que descartar todas las posibilidad, porque Mamá, él bebe puede morir”. Cerré los ojos, suspire, sentí que me fui del mundo. “Vamos a iniciar con la prueba. ¿Quiere Quedarse?;” sin dudarlo dije sí. La cosa era que no sabía cómo era el procedimiento; apenas vi que era a través de su pequeña columna. Salí, no tuve el valor suficiente para quedarme.
Días de espera, y Emilio, era el inquilino de esa cajita de plástico que le ayudaba a mantenerse vivo, los sonidos de las maquinas se hacían más agudos, y él continuaba ahí, acostadito, sin abrir los ojos, sin movimientos. La angustia, el temor, el miedo crecían; cada día las enfermeras me daban reporte de lo sucedido en las noches “Mamá, estuvo intranquilo” “Mamá es muy comelón, se toma seis onzas y quiere más” “Mamá, lo siento se nos dañó la vena”. Recuerdo que contaba sus chuzones y cuando llegaba a 20, dejaba de contar. Sus venitas casi no resistían el medicamento. “Enfermera ya están los resultados; mamá sí, pero el médico debe de hablar contigo”. Cuando me contesto eso, fui abrace a Emilio, y le prometí que siempre estaría a su lado, que juntos como familia, afrontaríamos lo que llegara y lo abrace tan fuerte que abrió sus ojitos, me miro y suspiro, ahí entendí que todo estaba bien. “Mamá de Emilio, ¿cómo vamos?, llegaron los resultados y Emilio, solo tiene el estreptococo, es muy fuerte, pero este tranquila que el antibiótico es muy efectivo” “Gracias Doc”, dije.
Empecé a llenarme de buena energía con todos los mensajes recibidos, las visitas de la familia de mi esposo; que aunque no podían ver a Emilio sino a través de una puerta, me hacían compañía mientras llegaba la hora de entrar. Los almuercitos de la tía Deisy; y por supuesto todo el amor de mi familia, eran llamadas constantes de mis primos y primas, el agua de panela de la tía Cecilia apenas llegaba del hospital, las cadenas de oraciones, el reporte de Nene, Nanda, Caro y la gorda de Joaquín y Pablo, mi mamá siempre a mi lado; y mi esposo fiel con su apoyo, él también al igual que yo tenía miedo, pero siempre era fuerte y positivo.
A medida que pasaba el tiempo, el medicamente hacia su grandiosa labor, fueron 20 días de angustias, temor, tristeza, ni sé a ciencia cierta que sentía, alegrías al ver como volvía abrir sus ojitos, que ya lloraba, nos reconocía. “Buenas, mamá… tengo buenas noticias ya terminamos los 10 días del antibiótico y el examen de sangre, nos dice que Emilio, está mejor; puedes iniciar las vueltas para que te lo lleves a casita”. Creo que la sonrisa que tuve durante el resto del día ha sido la más sincera de todas. Creo que volvimos a nacer ese día.
Durante ese tiempo sin mi pequeño hijo en las noches, pensé en todas las mamas que a diario viven una tragedia de estas; la verdad no sabemos cuándo nuestros hijos pueden decaer, enfermar o incluso morir; por eso cada que puedas abrázalo, demuéstrale tu amor, cárgalo, bésalo, suspira de amor, pídele perdón porque no somos perfectos, y cometemos muchas veces errores e injusticias. Pero sobre todo da gracias a Dios, porque puedes abrir tus ojos y ahí está preparado para las aventuras del día.
¿Qué sí creo en los milagros?; Por supuesto tengo uno en casa y me dice ma.

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